Dunas rojas del Namib
Hemos aprendido en nuestras lecturas africanas un dicho swajili que haremos nuestro para el resto del viaje.
‘Donde hay un deseo, hay un camino’
Con un deseo partimos desde Swakopmund hacia el Desierto del Namib,: cruzarlo desde la costa atlántica hacia el interior, bajando hacia las dunas rojas de Sossusvlei.
Estas inmensas montañas móviles teñidas de las tierras ocres del río Orange eran uno de nuestros objetivos en este viaje, y a pesar de las dificultades que nos imponían los pocos medios con los que contábamos, lo hemos logrado.
Nuestra intención era alquilar un 4×4 en Windhoeck con tienda de campaña en el techo para podernos mover con libertad por el país, donde la mayor parte del territorio son extensos desiertos solitarios y con pocas opciones para conseguir un alojamiento económico, vamos, que de la tienda de campaña pasan a los lodge de lujo, pero no pudo ser.
En Namibia todo necesita su tiempo y no podían tener listo el coche para el día siguiente, de manera que volvimos a hacer gala de nuestro espíritu de extremos y decidimos irnos al desierto con un entrañable Volkswagen Golf sin dirección asistida y por supuesto, sin aire acondicionado, para luego volver a Windhoeck, 4 días más tarde, y recoger nuestro flamante 4×4 rumbo a Etosha Park.
Acostumbrándonos a nuestro Volkswagen ‘Chico’, el modelo estrella en el Sur de África, comenzamos a explorar la red de carreteras namibia hacia Swakopmund, la meca de los deportes de aventura de arena y mar en Namibia. Hacía frío, mucho viento y la niebla cubría la ciudad dándole un aspecto abandonado y solitario.
Los antiguos edificios coloniales aparecían entre las calles como fantasmas y nosotros recorríamos sus calles ateridos de frío y congoja por ese aire triste que nos transmitía la ciudad. Todos los hoteles estaban llenos, y no entendíamos cómo podía estar toda la oferta hotelera al completo, cuando sólo el viento parecía habitar la fría Swakopmund. Finalmente, y echando por tierra nuestro presupuesto, reservamos una habitación doble impecable con baño en un pequeño hotel-lodge del pueblo fantasma, de vez en cuando hay que darse algunos lujos 😉
Aprovechamos la tarde para adentrarnos en la antesala de la Skeleton Coast, con la intención de llegar a Cape Cross, donde vive una numerosa colonia de focas, pero, ¡ojo!, en Namibia no hay que calcular tiempo y kilómetros como si circuláramos por una autovía, así que no llegamos a nuestro destino, pero empezamos a ver el peculiar paisaje de esta costa de esqueletos. Nos encontramos un litoral desierto, de frío mar, cubierto a menudo por la niebla, de la que de vez en cuando surgen los cascos oxidados de los barcos que tras naufragar en esta zona, acaban sus días formando parte del paisaje.
Destino: Sesriem, puerta de las dunas rojas
Sin tienda de campaña, nuestras posibilidades de alojamiento en el desierto del Namib se reducían a dos: los lodge de lujo, que nos costaban entre 150 y 400 euros la noche, lo que se salía de nuestro presupuesto por mucho; o tirarnos a la piscina e improvisar, al fin y al cabo, teníamos un Golf con techo y sillones acolchados.
Sabíamos que en un día no podíamos entrar en el desierto, coronar nuestra duna y volver a Windhoeck para dormir, pero aún así, durante el camino, la opción de dormir en el coche sólo era una posibilidad, aunque sabíamos que sería la solución. Finalmente, después de cruzar el desierto del Namib desde la costa Atlántica hasta Sesriem a través de unos 200 km de caminos de gravilla a 40 grados, uno de los momentos más felices fue cuando reservamos nuestra plaza en el camping (sin tienda de campaña, pero tampoco queríamos dormir con los leopardos alrededor), y vimos como después de tantas dudas y planes, por fin estábamos a un paso, a unos 70 km de Sesriem, la puerta al desierto de Sossusvlei.
No voy a decir que fue fácil, pero sí una de las mejores partes de nuestro paso por África. La sensación de necesitar tan poco y estar tan cerca de uno de nuestros deseos, nos dio mucha fuerza para el día siguiente, tanta, que aún no sé cómo soportamos la dura jornada que nos esperaba.
70 km de ruta a las 5 de la mañana hasta Sesriem para entrar al parque natural y después otros 60 km hasta Sossuvslei, subir nuestra duna y dejar que nuestros pies se hundieran en la arena roja, respirar, escuchar el silencio y adentrarnos tímidamente en el desierto en un abrasador paseo.
Después de una mañana inolvidable, nos quedaba aún mucho día por delante. Desandar el camino, en total, 260 km, hasta Solitaire. Aquí, tengo que hacer un alto en el relato, igual que lo hicimos nosotros en nuestro camino, porque en Solitaire, donde habíamos pasado la noche en el coche, y que es poco más de un oasis de reavituallamiento con gasolinera, hotel-camping y restaurante, hay una maravilla en forma de panadería tradicional, donde su genuino panadero, amasa y hornea cada día delicias de toda clase, pero sin duda la estrella es el pastel de manzana al estilo alemán, que alcanza niveles celestiales. Si pasáis por allí, no os lo podéis perder.
Una vez retomadas un poco las fuerzas y re hidratados, nos quedaban aún unos 180 km hasta Windhoeck, y por una ruta, bonita y pintoresca, eso sí, pero en la que a menudo no podíamos pasar de los 30 km por hora, debido a los inmensos baches y desniveles.
Llegamos a nuestro destino ya de noche, algo no muy recomendable en Namibia si no tienes reserva y no sabes muy bien dónde vas, pero que superamos con una buena orientación y sin muchos problemas para encontrar el hostal y descansar, después de una gran experiencia y un día tan largo que bien podía haber sido una semana.
Pelusi! No tengo palabras, menuda aventura! Me alegro enormemente por vosotros. Continuad así que nos hacéis muy felices con vuestros relatos. 🙂
¿Cómo que la duna 45? ¿no me digas que están numeradas? Pero, ¿no se van moviendo? ¿existen mapas? ;D
Noe, no me digas que no tienes mapas de Namibia en el Cartografic! M’cachis, si lo se, te mandamos uno 😉 Estan numeradas para no cansarse poniendoles nombres, ten en cuenta que algunas son montanyas casi!