Khemeres Rojos, de una revolución a un sangriento absurdo
Márgenes verdes salpicadas de sencillas casas de madera sobre pilotes, búfalos dándose un chapuzón en las aguas, barcas de pescadores, niños jugando… Nos fuimos acercando a Phnom Penh navegando uno de los muchos afluentes del Mekong desde la frontera con Vietnam, compartiendo una pequeña parte de la vida rural y cotidiana en Camboya.
Si se dispone de tiempo, es un viaje mucho más recomendable que el autobús desde Ho Chi Ming o el vuelo. Llegando desde Vietnam, el choque cultural no es demasiado fuerte en Camboya, aunque poco a poco se revelan las diferencias sobre todo en el físico de los khemeres, de piel oscura y rostros más parecidos a los malayos; o en el carácter algo más serio y rudo, herencia de un trágico pasado.
Sumergirse en el genocidio perpetrado por los Khemeres Rojos con Pol Pot a la cabeza no deja indiferente a nadie en un escenario como el de la cárcel de Tuol Sleng, más conocida como S21. Las tétricas celdas con rastros de tortura y una pizarra escolar de fondo son inquietantes.
El escalofrío se va extendiendo cuando pasamos a las diminutas celdas del edificio central y miramos a los ojos a cualquiera de las miles de víctimas, cuyas miradas han quedado inmortalizadas en fotografías.
Al igual que hicieran en los campos de exterminio nazi, los Khemeres Rojos llevaron a cabo una escrupulosa documentación de sus barbaries con fotografías y enumeración de todos los presos que pasaron por el S21, e incluso de las torturas que practicaban habitualmente, utilizando entre otros artilugios, las barras de ejercicio escolar del antiguo instituto.
El aniquilamiento de su propio pueblo a manos de los Khemeres Rojos ni siquiera puede contabilizarse en números. Las cifras oscilan entre 1 y 4 millones, según la fuente, y es que las miles de matanzas perpetradas en las zonas rurales son imposibles de calcular con exactitud, ya que muchas fosas comunes se perderán para siempre en la selva camboyana, al igual que las miles de minas que aún permanecen activas en los lugares menos transitados.
Pensábamos que después de visitar las instalaciones del S21 y leer sobre este triste episodio de la historia camboyana llegaríamos a entender las razones de estas matanzas, pero ha sido imposible. Pol Pot pasó de ser un intelectual formado en Paris y con ideales comunistas, a un paranoico que arremetió contra sus propios cuadros de mando, los soldados vietnamitas que habían apoyado su revolución, cualquier camboyano con formación que viviera sobre todo en las ciudades, y pobres almas en general que dieran por error un mal paso, dentro y fuera de las filas de los Khemeres Rojos.
Afortunadamente, su locura sangrienta y su paranoia, viendo enemigos en sus propias filas, le hizo desafiar a Vietnam, quien finalmente invadió Camboya, liberando Phnom Penh del yugo de Pol Pot, e imponiendo en ‘un gobierno provisional’ a su propia gente. Pero la pesadilla no había terminado para los camboyanos. Pol Pot se refugió en las selvas cerca de la frontera con Tailandia, desde donde siguió sembrando el terror, minando amplias áreas alrededor de poblaciones rurales y masacrando a un pueblo que además también tuvo que sufrir graves hambrunas, ya que el ejército de los Khemeres Rojos quemó en su huida todas las reservas de arroz.
Lo triste de estas historias que se repiten en diferentes partes del mundo es que la locura de unos pocos puede masacrar a todo un pueblo y hundirlo en el absurdo y la ignorancia impunemente. Porque al final, estos sangrientos iluminados acaban muriendo de viejos, plácidamente en su cama.