Rumbo al Cabo de Buena Esperanza
El Cabo de Buena Esperanza resonaba en mi imaginario literario y novelesco como un lugar de aventuras históricas, epopeyas de grandes marineros, un punto geográfico al que es muy fácil llegar hoy en día, pero que supuso otra visión del mundo tras las misiones de los primeros marinos portugueses que consiguieron llegar a él, intentando abrir una nueva ruta hacia la India para el comercio de especias.
La noche de antes habíamos dormido en Simon’s Town, un pequeño pueblo en la costa de False Bay, donde nos esperaba un hostal de ensueño, después de nuestro paso por el ya inolvidable Backpackers on High Level. Espacioso, con amplias y bonitas zonas comunes, una cocina perfectamente equipada y una terraza que además nos ofreció una noche templada donde disfrutar de una copita de vino. Pero el colmo de la buena suerte se nos presentó en forma de un recepcionista tan majo, que aprovechando que el hostal no estaba lleno, nos puso solos en un dormitorio común, ocupando otro diferente al que que ya estaban alojados dos chicos.
En Simon’s Town visitamos la conocida playa Boulders, donde vive una simpática pero apestosa colonia de pingüinos y nos deleitamos en unas calas perfectas y desiertas de arena blanca y agua turquesa bien fresquita, antes de nuestra cita con el ‘Happy Hour’de cerveza.
Ahora ya animados, íbamos probando otras variedades autóctonas como Hansa, en un bar lleno de pescadores con un look a lo Hemingway, donde jóvenes y mayores tenían una depuradísima técnica de billar que nos dejó boquiabiertos.
Al dia siguiente, después del buen descanso y un potente desayuno en el Simon’s Town Backpackers, emprendimos de buena mañana la ruta hacia la entrada del Parque Natural del Cabo de Buena Esperanza (80 Rands por persona).
Los paisajes agrestes, de profundos y verticales acantilados que ya impresionaban en un día soleado y de mar calma, nos ofrecen solo un acercamiento a lo que pueden convertirse en días de tormenta y salvaje Atlántico golpeando las rocas con fuerza y arrastrando los barcos que se aventuraban a plantar cara al oleaje.
Cuenta una leyenda que por esta zona navega un barco fantasma que naufragó y el único que hoy en día es capaz de pasar el Cabo en los días en los que el mar se enfurece.
Después de una buena caminata por el rocoso cabo y con la buena fortuna de ver desde la cima a un par de ballenas echando potentes chorros de agua que delataban su presencia, nos preparamos un picnic en una de las playas, con vinito surafricano incluido.
Hola, Silvia. Me he enterado de tu aventura por Salva y Rocío y siento una envidia que me desborda y me corroe por dentro!!!!!!! Espero que os vaya de lujo. Mientras tanto, los humanoides programados seguiremos capeando la crisis como buenamente podamos. Yo a lo más que aspiro es a recorrer España contando las desventuras de la Unión Deportiva Almería o pillar algún viajecito por Europa con el Unicaja.
Un abrazo de un compañero de carrera.
ummm, ¡vino sudafricano!